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Una vida en un viaje

Sebastian Cariac
November 2, 2020

La incertidumbre supo crecer a medida que se aproximaba la fecha planeada ¿era correcto irme de viaje en esas condiciones luego de recibir mi título?. No lo sabía, pero algo me decía que era el momento para hacerlo ¿Qué vas a comer? ¿Cómo vas a viajar? ¿Dónde vas a dormir? ¿Cómo…? ¿Cuándo…? ¿Qué…? Con todas esas preguntas sin responder, emprendí un viaje como mochilero.  Mi familia, alarmada, por miedo al fracaso que aparentemente conlleva decidir no trabajar por un tiempo para cumplir otro sueño, me colmó con los miedos que yo, hasta ese momento, no tenía ¿Por qué está peor visto viajar, privado de comodidades superfluas, que aceptar de antemano vivir en un sistema donde las obligaciones nos van consumiendo tiempo de vida?

Recuerdo a mi mamá, con el orgullo que comentaba que era ingeniero y con la zozobra que evitaba mencionar que en vez de trabajar, me había ido de viaje para trabajar en un Hostel. Recuerdo con el entusiasmo que me decía los beneficios que me daría trabajar en una profesión semejante ¿beneficios a cambio de qué? Pensaba yo. Cómo olvidar su desesperación por no cumplir con ciertas expectativas, y la incertidumbre que eso me generaba. Pero aunque todo eso sumó peso a una mochila, ya  de antemano demasiado pesada, seguí adelante; y más satisfactorios fueron los resultados, al ver el cambio de perspectiva que generó en mis cercanos las cosas tan nutritivas que tiene un viaje semejante. Todos sabemos lo fácil y tentador que es tildar de fracaso las metas ajenas que no coinciden con nuestras propias expectativas establecidas bajo quién sabe qué circunstancias.

“Vivir liviano de equipaje”
“Vivir liviano de equipaje”

Trabajando en hostels, preocupado sólo por qué comer y dónde dormir, conociendo lugares y personas que de otra manera no podría haber conocido, fui reemplazando prioridades, valorando cosas simples y comprobando que el tiempo es para vivirlo y no para pasarlo. Una frase que escuché decía algo como: “La vida empieza fuera de la zona de confort”, y a juzgar por mi experiencia, no puede estar más en lo cierto. Nos pasamos la vida ahogados entre los miedos -nuestros y ajenos- evitando ir un poco más allá por mantenernos en esa comodidad que nos consume, bien o mal, la vida entre objetivos, al menos, discutibles.

¿En qué universidad nos enseñan a formar equipos con personas de otra cultura, color, idioma, puntos de vista y experiencias de vida? ¿O cuál es la carrera a comenzar para aprender a cuestionarse si lo que hacemos es simplemente para ir a favor de la corriente? Me encantaría poder inscribirme en sus cursos. Me encantaría hacer un posgrado en aprender a valorar todos los trabajos, y en estimar a las personas por lo que son y no por lo que tienen.

Cataratas del Iguazú
Cataratas del Iguazú

Sin embargo, en el afán de hacernos responsables por nuestras decisiones, nos han dado el poder de hacer de todo lugar libre de críticas un espacio para mejorar. Y no hay mejor espacio para mejorar que un centro educativo, un lugar donde somos esponjas que absorben todo. Donde una leve chispa puede desatar un fuego ejemplar, porque todos tenemos esa energía latente. Esas ganas y buenas intenciones esperando esa luz que nos despeja el camino.

Jamás sería mi intención dar el mensaje de que todos debemos dejar nuestras obligaciones para emprender un viaje. En absoluto. Lo que me gustaría transmitir con esto es la importancia de animarse a mirar qué es lo que hay “más allá de la caja” y por eso es este artículo, mi primer artículo, porque encontré respuestas que deberían ser planteadas en nuestros entornos. Debemos aceptar y afrontar los miedos, debemos superar muchas barreras puestas e impuestas, debemos cuestionarnos nuestras metas y obligaciones, debemos vivir. Porque la vida es una, y si no la vivimos no sirve para nada.

Todo comenzó por el norte argentino, llegamos al caluroso y húmedo San Ignacio, ciudad de Misiones. Sí, digo “llegamos”. Porque al viaje lo comencé con un amigo, pero rápidamente diferenciamos objetivos. Objetivos que él tenía claros y yo no (todavía Brasil no estaba en los planes). Ese lugar, donde fuimos recibidos con poco menos que abrazos y risas, fue nuestro primer destino. Luego de sobrevivir un par de semanas recorriendo la amazónica selva que los oriundos recorrían a diario sin problemas decidimos conocer Posadas antes de llegar a Puerto Iguazú. Destino que aún nos mantenía unidos. Y allí, donde agradecí sin dudarlo un instante haber partido con mi mochila semanas atrás, conocí las inolvidables Cataratas del Iguazú. Tanto fue así que mientras volvía con la vista fatigada de tanto contemplarlas me dí por hecho y acepté que cualquiera sea el próximo destino el viaje no podía haber sido en vano.

Lagoinha do Leste, Florianópolis
Lagoinha do Leste, Florianópolis

Una semana después pasaba solo la frontera que dividía Argentina con Brasil con 50 reales en el bolsillo ¿Cómo iba a llegar a Florianópolis? Aún no lo sabía, pero era mi objetivo porque había conseguido voluntariado en un Hostel de allí. Sin mucha descripción diré que en medio de los casi 1000 km que debía recorrer no hubo momento en que no me criticara haber pasado la frontera sin siquiera pensar que allí se hablaba otro idioma. Pero me sobrepuse y haciendo dedo, acortando distancias con colectivos baratos -no olviden que llevaba sólo 50 reales- y utilizando un vergonzoso lenguaje de señas pude llegar al Hostel. La cama, luego de estar casi dos días en la ruta, parecía armada por el mismísimo Dios.

En esa isla llena de magia terminé estando 3 meses, siempre en el mismo Hostel. Y desde allí hacía breves viajes en mis días libres para recorrer lugares como Bombinhas y Guarda do Embaú.

Pero algo me decía que  el objetivo del viaje no era establecerme en ningún lugar y Río de Janeiro fue el próximo objetivo.

Para evitar nostalgias diré que en esa ciudad llena de vida estuve casi tres semanas, y que tal era mi desconexión que no sabía lo que era el COVID-19 hasta que el dueño del hostel en el que estaba me advirtió que el turismo no llegaría más y que debíamos hacer aislamiento por tiempo indeterminado.

Ruinas de misiones Jesuítas
Ruinas de misiones Jesuítas

Hoy desde Argentina escribo esto, mi viaje se vió truncado por una pandemia sin precedentes. Y admito que imaginé miles de situaciones que podían llegar a surgir mientras planeaba mis viajes. Tal vez más que miles, sin embargo en ninguna estaba esta.

Para concluir seré justo y voy a definir el viaje como inefable. Todo fue un aprendizaje, desde el primer día -en que toqué el timbre del Hostel de Misiones- hasta el último -donde volvía de Río de Janeiro con dos argentinos mientras estábamos con la mirada perdida intentando encontrar explicaciones donde no las había.

Estos viajes enseñan que todo pasa por algo. Incluso la peor crisis jamás registrada. Estos viajes nos muestran sin filtro lo chiquito que es nuestro mundo que armamos de comodidades. Estos viajes nos vuelven ridículos ante las ideas sesgadas con las que vivimos en la cotidianeidad. Y estos viajes, lo peor que tienen, es que te demuestran sin piedad que el camino es lo único que importa.

“Quién no se mueve, no siente las cadenas”.

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Sebastian Cariac
Nacido en la localidad de Carhué, Argentina. 25 años de edad, Ingeniero Químico y actualmente redactor de contenidos. En el año 2018 fui becado para realizar un intercambio a Bolivia, y luego de recibir mi título emprendí un viaje a Brasil como mochilero.

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