La clave está en no juzgar los gustos de nuestros estudiantes.
Recuerda tu infancia, pubertad o adolescencia. Detente a pensar por unos segundos… ¿Qué actividades te planteaban en el colegio? ¿Recuerdas alguna? ¿Disfrutabas de ellas?
Ahora, dale la vuelta: ¿Cómo te habrías sentido si en tu día a día tus maestros hubieran utilizado tus intereses para planificar sus clases? Series, películas, juegos, curiosidades, artistas, referentes… Vuelve a pensar por unos segundos, colócate tú mismo en el centro de tu aprendizaje.
Seguimos haciendo flashbacks. ¿En qué invertías tu tiempo hace unos años? ¿Te imaginas cómo habría sido tu infancia, pubertad y adolescencia en el colegio si tus propios intereses habrían sido objeto de aprendizaje? Era impensable, ¿verdad? Cuántos ejercicios habremos realizado usando libros totalmente descontextualizados… Cuántos bostezos habremos dado…
Entonces, ¿tiene sentido enseñar de manera desfasada cuando la manera de comunicarnos y nuestra forma de percibir el mundo va cambiando? Claramente, no.
Lo bueno es que lo mencionado puede empezar a cambiar. De hecho, estoy firmemente convencida de que no podemos seguir enseñando a personas del siglo XXI con técnicas del siglo XX. La clave está en no juzgar los gustos de nuestros estudiantes. Incluso, me atrevo a decir que tú aprendas de ellos, porque nosotros, los profes, no somos la única fuente de conocimiento.
Cabe destacar que nuestro reto es emocionarnos con sus propuestas, entender su lenguaje y ser próximo durante las clases; finalmente, adaptar sus gustos y aplicarlos de acuerdo a los desempeños y competencias del currículum.
Como docente, queda claro que desde mi práctica, busco que mediante el uso de distintas herramientas, los estudiantes se enganchen y motiven utilizando sus gustos del día a día. En definitiva, atrevernos a sacar todo el potencial que les rodea: videojuegos, youtubers, Redes Sociales, uso de stickers, gifs, memes, Netflix, apps de moda… La clave es pensar qué puedes compatibilizar mediante los desempeños de la asignatura que impartes. Ya que, al fin y al cabo, solo se aprende aquello que se ama. (Mora, 2017).
Por otra parte, reconozco que desde que comencé a enseñar, siempre me he cuestionado lo siguiente: ¿Cómo puedo transmitir mi asignatura con emoción? ¿Cómo puedo ser próxima a mis estudiantes? ¿Cómo le puedo dar la vuelta? ¿Cómo puedo estar siempre actualizada para que mis clases no sean anticuadas?
“La realidad tiene una aplicación educativa y la educación tiene una función en la realidad. La mejor forma de demostrárselo a los estudiantes es que cualquier elemento de la realidad se puede trabajar en clase”.
Cristian Olivé
Por eso es que antes de plantear una actividad, sugiero que se hagan las siguientes preguntas en relación a los protagonistas del aprendizaje, nuestros estudiantes:
Las preguntas recientemente formuladas, obviamente, conllevan un esfuerzo añadido. No obstante, la recompensa vale la pena, lo aseguro.
Por cierto, si algún profesor de Lengua y Literatura quiere inspirarse, son cordialmente invitados a mi página por si desean poner en práctica alguna de las sesiones que he planteado en clase.
Finalmente, agradezco al profesor español Cristian Olivé y su libro Profes Rebeldes, ya que ha sido mi inspiración para comenzar toda esta aventura. También doy las gracias a todos los profesores que comparten sus experiencias en Twitter. Gracias #claustrovirtual.
Mi nombre es Marta González, tengo 26 años, soy de Bilbao (País Vasco-España) y desde hace dos años resido en Lima (Perú). Trabajo en el Colegio De la Inmaculada-Jesuitas. Me gradué en Educación Primaria mediante la Universidad del País Vasco (UPV) e hice un máster en Psicopedagogía mediante la Universidad Online de Barcelona (UNIBA).
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Marta González Lafuente